Te voy a contar el cuento de la paloma que se hizo lechuza. Fue famoso hace algunos años y llenó las páginas amarillas de los periódicos.

El cuento de la paloma que llegó a convertirse en lechuza merece ser tomado en serio. Científicos, magos y anacoretas se desplazaron desde regiones ignotas para obtener su percepción. Aún cuando, se podría decir que el gran problema inconmensurable que, en definitiva, diluyó en conjeturas casi todas las tesis fue la actitud de Mr. Búho.

Mas, por una gracia del destino, ésta que aquí escribe tuvo la indescriptible notoriedad de ser testigo del caso desde sus más íntimas raíces. No me extenderé pues en disquisiciones ontológicas que contribuyan a desviar la atención del curioso lector. Iré directamente al relato del suceso.

Ocurrió hace algún tiempo, aunque no demasiado, que una paloma llegó a residir a las ruinas de un monasterio, del cual nunca llegó a conocerse la ubicación exacta. (Aún cuando un padre Agustino está regalando sus últimos alientos por encontrarla)

Se trataba de una paloma torcaz con una pequeña herida bajo el ala izquierda. Venía sola y estaba exhausta. Se recuperó pronto y, aunque no hizo muchos amigos, trató de ser útil a la comunidad.

Pero, había una cosa que tenía asombrada a la paloma: de donde ella venía – al menos de donde sentía que venía – la vida, el disfrute, el gozo… no terminaban con la llegada de la noche.

Cuando el resto de sus compañeras se retiraban a sus lugares de reposo, esta paloma se volvía remolona… y siempre era la última en hacerlo. Esto le creó en la comunidad una fama singular, aunque no desagradable pues, a pesar de esta peculiaridad, desde que estuvo repuesta colaboraba en las tareas comunes: ayudaba a los pichones en las prácticas de vuelo y procuraba no molestar a ninguno de sus convecinos en el alero.

Mas… con la noche, llegaba para ella el tormento y la gran excitación.

Mientras todos los habitantes del monasterio permanecían en el más plácido de los sueños, ella – que no conocía su nombre porque nadie se lo puso – escuchaba los sonidos de la noche.

Primero, tan solo prestó atención, después, siguió la cadencia de aquellos sonidos y, más tarde ya no pudo vivir sin ellos. No lo dijo a ninguna de sus compañeras, pero… cada noche se escapaba de las ruinas para volar, andar o ramalear (lo más oportuno ¡por supuesto!) hacia el bosque cercano, de donde procedían los sonidos.

¡Oh! ¡Mundo maravilloso!

Bien, sería muy largo de contar, pero en definitiva se puede decir que fue el conocimiento de Mr. Búho lo que hizo a nuestra paloma feliz, famosa y… al mismo tiempo, desgraciada.

Vivir la noche exige un disfraz y nuestra amiga paloma eligió el de lechuza. Le gustaba. Una paloma es o un artículo de lujo de plaza histórica o una habitante de viejas ruinas monasteriales. Pero… ¡ah!… una lechuza abre los ojos y mira, entiende, comprende, conoce, mata y enseña…

A mi querida amiga la paloma, le fascinaban las lechuzas y todo lo que aprendía de ellas. Y, como tenía una manera de aprender muy directa y profunda, se las arregló para vestirse de lechuza por las noches y de paloma torcaz durante el día. He aquí pues nuestra paloma convertida en lechuza por las noches y haciendo sus funciones “propias” de paloma durante el día.

El primer manager – y el único – que tuvo la paloma que se convirtió en lechuza fue Mr. Búho.

La cosa no tuvo nada de extraordinario, Mr. Búho solía vigilar atentamente el bosque durante las noches – al fin y al cabo, para eso había nacido – y pudo presenciar la conversión, transformación o, como otros dicen, transmutación alternativa.

¡Aleluya! ¡Aleluya!

Ya tenemos una paloma-lechuza que ahora ya tiene nombre, se llama “buenas noches”. Y, Mr. Búho consiguió un lugar adecuado en el bosque donde mostrar al público el increíble suceso.

¡Oh! ¡Qué delicia!

La paloma, que nunca tuvo nombre se sentía dichosa por las noches. Ahora ella era la estrella, la protagonista, y Mr.Búho se apresuró a confirmárselo con un libro de cubiertas de nácar.

Animales nocturnos de todas las procedencias vinieron desde lugares ignotos para dar fe del suceso. Mr. Búho estableció una cabina oculta en la que se interpolaban los réditos y se dotó a sí mismo con el nombre de promotor del espectáculo. En el interín la paloma-lechuza estrechaba manos, lanzaba oráculos… y jugaba a su disfraz como una experta.

Pero… un disfraz solo existe en la fantasía de un instante y el tiempo no parece que se mostrara muy dadivoso por entonces.

Una paloma torcaz come, trabaja, colabora en las tareas comunes y, por ello, tiene su lugar – durante el día – en el monasterio. Difícil resultó combinar el día y la noche. Seguir fiel a las torcaces, pero al mismo tiempo ser lechuza de ojos abiertos y conjuros regalados por la noche.

La felicidad comenzó a hacerse inconcebible para la paloma bajo la máscara de lechuza y los ingresos de Mr. Búho mermaron notoriamente. Aun cuando, debo precisar, nunca estos ingresos tuvieron reflejo en las pantallas de hacienda y, dejar sentado que nuestra lechuza-paloma jamás exigió el 20% usual en estos casos. Sin embargo, las bolsas debajo de los ojos y el encorvamiento de cansancio de la paloma no resulto imperceptible para los asistentes al show.

Santus, Santus, Santus…

Cantaron los coros en perfecto gregoriano a pesar de haber sido advertidos a última hora. Mas no consiguieron salvar el espectáculo.

La paloma-lechuza advirtió entonces que la felicidad, quizás, se pagaba con dos padrenuestros y un ave maría.

¡Insólito! ¡Una noche Mr. Búho tuvo la desfachatez de atreverse a pedir un Credo in unum Deum completo! Tan solo por conseguir lo que él llamó “a revival of the past days” …

Aquella noche se produjeron grandes catástrofes. La lechuza decidió despojarse de su disfraz y los concurrentes pudieron ver a una simple paloma torcaz que, conociendo el precio de la felicidad, escondía vergonzosamente la cabeza bajo el ala.

Y ya no pudo averiguarse más de la insólita historia de la paloma-lechuza porque la protagonista voló para no contarla.

El mundo puede abrirse para los limpios de corazón – que tal vez nunca verán a Dios – aunque les persigan ingentes manadas de cuervos, sicarios de Mr. Búho, pero, hasta el momento, todavía no se ha demostrado que las palomas torcaces mueran o sean capturadas por haber jugado a ser lechuzas.

Mr. Búho ha sufrido una terrible crisis nerviosa y está siendo atendido por los más prestigiosos psiquiatras y curanderos de los bosques. El último parte médico advierte, no obstante, que su caso es difícilmente soluble con los recursos actuales.

A nuestra paloma-lechuza es posible verla volar a cualquier hora del día o de la noche en los lugares más insólitos, regalando su disfraz a los espíritus de buena voluntad.

Los pequeños juegos se acaban pero no las grandes apuestas.